“Mientras hay vida hay
esperanza” Teócrito, Idilio IV
Autor. Georges Didi-Huberman Título. Supervivencia de las luciérnagas Editorial. Abada Año. 2012 (1ª ed. 2009, en francés) Nº de paginas. 127 Traductor. Juan Calatrava |
El tránsito que va desde las
cartas de la primera época hasta las de la última corresponde al declive de la
inocencia en el mundo moderno. Esa inocencia que Pasolini reivindicó en su
famosa Trilogía de la vida, y de la
que abjuró en su última película, la insólitamente abyecta Saló, o los 120 días de Sodoma. No cabía perdón al uso frívolo que
la sociedad de consumo hacía de las más antiguas costumbres humanas, a esa
atención pseudo-emancipadora prestada a los relatos que brotan de la tradición
popular. Frente a ello, sólo quedaba mostrarle a esa sociedad su verdadero
rostro, que no es el de la simplicidad luminiscente que se muestra en esos
primeros planos tan característicos del cine de Pasolini, sino que es el del mundo
del marqués de Sade, el mundo de la violencia administrada, del poder sin rostro, del lenguaje humano
convertido en fornicación; en suma, un mundo donde las imágenes sagradas se han
convertido en signos vacíos, anulando el potencial de la experiencia y con
ella, la del resto de nuestras facultades humanas.
Georges Didi-Huberman ahonda en
el paralelismo entre el cine de Pasolini y el gran proyecto filosófico de otro escritor
italiano: Giorgio Agamben. En una de sus últimas obras, titulada El Reino y la Gloria, Agamben realizaba
el diagnóstico de la época presente a partir de la relación entre la ley y el
espectáculo. El auge de los fascismos se había hecho posible tras la crisis de
los Estados-Nación, en la exaltación de las masas y la aclamación de los
grandes dictadores. Tras la gran guerra, el conflicto entre la máquina
burocrática del reino y el espectáculo de la gloria había quedado solventado en
la sociedad de consumo, donde toda imagen es susceptible de quedar subsumida en
el gran flujo de las mercancías. Así las cosas, se trataría ahora de analizar
hasta qué punto son ciertas estas tesis, y si no sirven más bien, al
inmovilismo de toda conciencia crítica de la realidad.
El gran reto de la filosofía después del Holocausto (no es necesario entrar a aquí a señalar lo abyecto que tiene esta palabra) ha consistido en el intento de elaborar una ética donde aquello de lo que no se puede dar testimonio ya que está, por naturaleza, más allá de la capacidad humana de nombrar la realidad, tenga un lugar privilegiado. A este respecto, podemos citar como ejemplo la filosofía de Emmanuel Lévinas, que surge de la visión del rostro del otro. Estas filosofías parecen olvidar que el problema de la imagen no puede ser abordado sin ponerlo en relación con el problema del lenguaje. No puede haber reconciliación con lo real sin narración, de ahí que los supervivientes de los campos de exterminio tuviesen una cierta obsesión por contar lo sucedido. El gran trauma residía en que había algo de esa experiencia que parecía impedir su relato: el silencio parecía ser lo único que otorgaba dignidad a la experiencia, pero este mutismo, al motivar el olvido, también se volvía cómplice con lo ocurrido. Didi-Huberman encuentra en ese instante en que la experiencia se vuelve no-saber, la salida a la situación presente. En tanto que irrepresentables, estas imágenes fuerzan a la conciencia a imaginar otros mundos posibles no determinados por la teología del progreso. Estas pequeñas imágenes sobreviven a pesar de todo, como imágenes-luciérnaga, cuyo fulgor es perceptible aun bajo la luz cegadora del mundo actual; “imágenes para organizar nuestro pesimismo”.
Yo, personalmente, no puedo creer
que una metafísica del accidente histórico nos haga salir de los enredos en los
que la filosofía, por su propia esencia, se reproduce a sí misma. Pero sí creo
que el camino de una reflexión como la actual es ineludible; más aún para la
situación particular de nuestro país, donde el complejo que nos ha provocado el
fascismo manifiesta sus síntomas cada día de nuestra vida.
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