Didaskalia: Lo imaginario como institución social

jueves, 17 de octubre de 2013

Lo imaginario como institución social

Autor. Cornelius Castoriadis
Título.La institución imaginaria de la sociedad
Editorial. Tusquets (Fábula)
Año. 2013 (1ª ed. 1975 en francés)
Nº de páginas. 584
Cornelius Castoriadis es uno de esos pensadores más conocidos que reconocidos en el ámbito académico de nuestro país. Perteneciente al círculo de intelectuales franceses relacionados con mayo del 68, terminó sintiéndose más cercano a los grandes estudiosos de la Grecia antigua como Jean-Pierre Vernant o Pierre Vidal-Naquet, que a los representantes del llamado postestructuralismo como Foucault, Deleuze o Althusser. Sin ánimo de simplificar excesivamente las cosas, podría decirse que la filosofía francesa de la segunda mitad del siglo veinte creció tomando por sustento a la filosofía de Hegel, por un lado, y a la de Nietzsche, por el otro. Y, caso curioso, ninguna de estas vertientes llegó a polemizar excesivamente con la otra. Dentro de este marco, y sin negar la influencia de Lacan en sus primeros escritos, el pensamiento de Castoriadis era plenamente original.  

Su primera gran aparición está vinculada a la edición de una revista cuyo título se ha convertido en todo un clásico dentro del ámbito de la filosofía y las ciencias sociales. Editada por primera vez en 1948 junto a Claude Lefort, la revista Socialismo o barbarie significó la primera gran crítica del régimen soviético hecha desde la izquierda sin caer en la alternativa trotskista. El título de la famosa revista apuntaba directamente a una de las grandes ambigüedades en el seno del marxismo y, en tal sentido, era profundamente irónico. Su gran descubrimiento es que la práctica teórica del marxismo descansa siempre sobre una reserva mental. El concilio entre la necesidad histórica, propia de la dinámica del capitalismo, y la acción de las masas, contingente por su propia naturaleza, únicamente puede sostenerse sobre la idea de que si, finalmente, los obreros optaran por no levantarse, sólo quedaría por esperar la destrucción total de la humanidad. Lo cual es, precisamente, el límite jamás confesado de la filosofía de la historia. Tengo delante un breve apunte mío de hace ya algunos años que, si bien puede parecer un tanto simple, puede servir para aclarar esta cuestión:

“[Economía política] La superioridad de las teorías económicas frente a las políticas es incontestable. Reside en que aquéllas logran poner a la realidad misma contra la espada y la pared: o la teoría se cumple o la realidad muere“

La que se ha convertido en la obra principal de Castoriadis (si bien no creo que sea la más interesante), reeditada ahora por Tusquets en su muy asequible colección Fábula, consta de dos partes bien definidas: la primera de ellas dedicada a la crítica de la teoría marxista, y una segunda en la que presenta la reflexión sobre lo histórico-social y el estatuto de lo imaginario. 

El texto se plantea como una elucidación sobre la sociedad en su imbricación con la historia, sin la cual ninguna de las dos tendría nada que decir. Tan sólo porque hay proyectos que los hombres llevan a cabo es por lo que puede hablarse de instituciones sobre las que se cristalizan y sostienen en el tiempo. La práxis, que siempre tiene lugar en el tiempo, es estrictamente, un comienzo. Todo intento de introducir un esquema racional, sea el del cálculo de medios-fines o el de una motivación intrínseca que, al fin y al cabo es la otra cara de la misma moneda, no hace sino evadir la cuestión y, como toda concepción racionalista, “da por adelantado la solución de todos los problemas que plantea”. La acción es un hacer que toma “a los otros… como seres autónomos”, y por eso mismo, esta autonomía es tanto el medio como el fin hacia el que se dirige. A diferencia de lo que ocurre en las técnicas, en la práxis el fin y los medios no están separados. 

A la luz de lo dicho hasta ahora, quienes la conozcan podrían pensar en la obra de una autora mucho más reconocida actualmente como es Hannah Arendt. Pero creo que más allá de la simpatía que ambos mostraron por el sistema de consejos y algunos apuntes sueltos, no tienen nada que ver. Para hacer notar la diferencia, basta con leer el título del libro. A lo largo de su desarrollo, Castoriadis deja notar la profunda influencia del psicoanálisis que con el tiempo iría abandonando. Su examen de la alienación toma como modelo la práctica psicoanalítica, determinada por la sentencia “donde el Ello era, el Yo debe advenir”, y en el análisis de lo histórico-social aparecen los tres registros lacanianos: lo simbólico – lo imaginario – lo real. El desarrollo del sujeto tal y como lo concibe la teoría psicoanalítica sirve de analogía a la hora de plantear la problemática relación entre la sociedad y la historia. Y es que para Castoriadis, la naturaleza de la acción deriva del carácter espontáneo de la imaginación, que es una creación desde la nada. La importancia que reconoce al psicoanálisis es la de haber mostrado la autonomía de esta facultad respecto al puro lenguaje (la matemática) y la mera facticidad (la historia del sujeto). La relación simbólica únicamente requiere de dos componentes (el signo y la cosa), mientras que la imaginación supone la intromisión de un tercer factor: la representación que desplaza el sentido de uno de los signos de la relación. Si la sociedad es aquello que proporciona un marco simbólico coherente, la imaginación es lo que la desborda a la vez que la pone en movimiento. No estará desencaminado el lector que vea esta obra como el despliegue del más conocido de los lemas del sesentayocho: “la imaginación al poder”.

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