Didaskalia: La justificación de nuestra existencia (1): el neoliberalismo

lunes, 7 de octubre de 2013

La justificación de nuestra existencia (1): el neoliberalismo

Presento aquí dos obras que, por su actualidad, merecen ser tenidas muy en cuenta. He de decir que, personalmente, siempre he tenido la sensación de que la doctrina neoliberal estaba mucho más desarrollada en los opositores que en sus defensores. No quiero decir que estos opositores sean neoliberales sin saberlo, pero sí creo es que el neoliberalismo es más un efecto que una causa, y si está tan presente en el discurso político actual es porque se ha convertido en el significante que engloba el desmantelamiento progresivo de los servicios públicos. Basta con echar un vistazo al mercado editorial para comprobar que apenas un par de obras clásicas del neoliberalismo han sido publicadas en grandes tiradas y son fácilmente accesibles. Estas obras son Camino de Servidumbre de Hayek, y La ley de Fréderic Bástiat, que por otro lado es un texto del siglo diecinueve.

Autor. Michel Foucault
Título. Nacimiento de la biopolítica
Editorial. Akal
Año. 2009 (curso 1978-79 en francés)
Nº de páginas. 352
El curso sobre el Nacimiento de la biopolítica, de Michel Foucault, fue publicado en España por la editorial Akal el año pasado. La nueva Razón del Mundo, de Laval y Dardot, ha sido editado por Gedisa hace apenas unos meses, lo cual es un inconveniente, ya que los textos son muy similares y si se leen paralelamente dan la sensación de una enorme redundancia. La diferencia está en que el primero de los textos es el resultado de una investigación, y el segundo, sin que ello desmerezca ni un ápice de su claridad y rigor expositivo, un escrito de combate. Ambos textos abordan la especificidad del liberalismo en la idea de que este no es tanto una ideología como un nuevo régimen de veridicción. Esto es, parten de la concepción de que es la relación entre discurso y verdad la que dota de coherencia al sistema político.

Si puede decirse que Foucault es materialista en algún sentido, lo es en cuanto parte de los hechos tal y como se nos muestran a los seres humanos, esto es, dentro de un marco interpretativo que es el que los hace relevantes. Por eso, decir que hay hechos brutos que determinan las ideas no es más que la forma de pensar de un “sargento cucharón”, que es tanto un marxista vulgar como un idealista barato. No existe la supuesta unidad que dota de inteligibilidad al conjunto (llámese esta capitalismo, patriarcado, o como se quiera), sino tan sólo una multiplicidad de elementos en discordia que, por azar, dan la apariencia de constituir una unidad coherente. El sentido de esta unidad es lo que Foucault designa, siguiendo a Leibniz, con el término posibilidad, de tal manera que mostrar “que lo real sea posible,… es su puesta en inteligibilidad”.

Pero mientras que Foucault se fija más en el desarrollo del liberalismo hasta el momento presente, Laval y Dardot ponen su atención en la ruptura que supone el neoliberalismo dentro del pensamiento liberal. Y es que este, a diferencia del socialismo o el fascismo, no se presenta como una ideología que explica el movimiento histórico, sino como un conjunto de prácticas sustentadas en la crítica del arte de gobernar. El liberalismo es, estrictamente, “crítica de la gubernamentalidad”. De ahí el lugar que ocupa el curso de Foucault, justo después de su investigación sobre el arte del gobierno en los siglo XVII y XVIII, titulada “Seguridad, territorio y población”, publicada por la misma editorial. Tal y como aquí se señala, desde el siglo XVIII a la razón del Estado le comienza a interesar el alcance de su aplicación. Quienes recuerden las investigaciones de David Hume o de Immanuel Kant sobre los límites del conocimiento humano, encontrarán en ellas un curioso paralelismo. Ninguno de ellos se plantea qué es lo que se ha de saber, sino tan sólo qué es posible conocer, para lo cual ha de realizarse una labor de descarte. Tomando conciencia de lo que está más allá de las posibilidades del conocimiento humano, como pueda ser el conocimiento acerca de Dios, podremos acabar de una vez por todas con el dogmatismo. Pues bien, el planteamiento es similar en lo que toca a los límites del gobierno de los hombres: un gobierno que traspasa determinadas fronteras cae preso de sus propias paradojas, convirtiendo su ejercicio en solución a los problemas que él mismo genera.

En este contexto, resulta comprensible la gran novedad aportada por las grandes figuras del neoliberalismo: hay que superar la obsesiva polémica Estado-Mercado y empezar a plantearse cuáles son las condiciones de su ensamblaje. Las soluciones aportadas van desde un ideal comunitario influido por la doctrina católica en el ordoliberalismo alemán, hasta la teoría monetarista de Milton Friedman, hecho por el cual se hace necesario señalar los rasgos comunes. El núcleo visible lo encontramos en la idea de competencia, vestigio de la lucha contra el gobierno absoluto, que aquí se convierte en condición necesaria del equilibrio económico. Para los neoliberales, tanto el crecimiento del Estado como el abandono del mercado a su libre desarrollo producen desajustes, por lo que hay que instaurar un marco legal común a ambos. Pero hay que decir que esta superficie que se manifiesta en la pueril retórica neoliberal suele ocultar aquello que la hace inteligible. En sentido estricto, toda la teoría económica no es más que un fragmento de una teoría general de la acción humana, a la que Ludwig Von Mises bautizó como praxeología.

Autores. Crhistian Laval, Pierre Dardot
Título. La nueva razón del mundo
Editorial. Gedisa
Año. 2013 (1ª ed. 2009 en francés)
Nº de páginas. 432
Todos conocemos, aunque sea vulgarmente, aquella concepción según la cual toda acción puede ser entendida como un cálculo racional entre costes y beneficios. El propio Von Mises reconoce a alguien como Aristóteles como precursor de este planteamiento, lo cual es, sin duda, un tanto artificioso. Es cierto que toma de éste la problemática de los elementos constitutivos de la praxis, solo que operando un desplazamiento que merece la pena señalar. Para Aristóteles, el propósito de la acción de un sujeto siempre coincide con el bien, lo cual no impide que este sea, pongamos por caso, el suicidio o la autolesión. La cuestión es que si hablamos estrictamente de acción humana, esta siempre tiene lugar entre otros seres humanos que, a su vez, actúan y juzgan nuestras acciones, lo que provoca que la consecución de los fines esté marcada inexorablemente por la contingencia, esto es, que el resultado de la acción puede ser distinto del esperado. Es por ello que las nociones de bien y de mal son predicados que se refieren exclusivamente a los medios, al “cómo” de la acción, ya que son los medios y no las intenciones de los agentes los que aparecen directamente ante los hombres. Al hablar de medios y fines, Aristóteles habla, a su vez, de elección (de los medios) y de deliberación (sobre los fines). Ahora bien, la teoría de la acción racional que opera en el pensamiento neoliberal se caracteriza por la subsunción de la acción humana en el marco de una teoría del valor. De ahí su importancia a la hora de establecer las causas de la variación de los precios. La finalidad de la acción coincide siempre con la expectativa de ganancia, mientras que los medios refieren los costes de llevarla a cabo. La famosa idea del “desencantamiento del mundo” tal y como esta aparece en autores como Karl Marx o Max Weber, apunta a la conversión de todo ser en mercancía, y es que, de hecho, el neoliberalismo ha llegado a explicar las relaciones familiares o el cuidado de sí como una relación del capital consigo mismo. Ser y capital coinciden irremisiblemente. La tarea del Estado será, en este contexto, la de ser un promotor de nuevas oportunidades que serán aprovechadas por los más aptos. Si el primer liberalismo centraba su atención en la cuestión de los límites, el neoliberalismo penetra en la “forma misma de nuestra existencia”. La figura del “empresario de sí”, al que tanta importancia se otorga en los textos, no es más que el resultado del proceso de subjetivación motivado por esta teoría.

Nos queda una pregunta por responder, ¿qué papel juega en todo ello la referencia a la biopolítica, un arte del gobierno que en lugar de amenazar con quitar la vida, lo que hace es promoverla? El liberalismo no se construye sobre la restricción, sino sobre la producción de libertad. De ahí que las investigaciones de Foucault fueran desarrollándose en paralelo a una nueva concepción del poder, que ya no se caracteriza por la represión sino por la incitación. El nuevo arte del gobierno, tal y como nos lo muestra nuestra época, no necesita ya de la razón de estado; la construcción del soberano nace del establecimiento de ámbitos de libertad donde la elección es obligada. La libertad no es una condición sino un producto. Es para escapar de esta curiosa paradoja que Laval y Dardot acuden al concepto foucaultiano de la “estrategia sin sujeto”, según la cual son los dispositivos disciplinarios y no los fines de una clase dominante, los que conforman la estructura económica. Como ellos mismo señalan, fue “el objetivo estratégico de moralización de la clase obrera en 1830… la que produjo a la burguesía como agente de su implementación”, del mismo modo que el sistema disciplinario encargado de convertir a los sujetos en empresarios de sí mismos precede a la nueva racionalidad neoliberal. El combate, por tanto, ha de tener lugar en el campo de la subjetividad, de las formas de vida que, a cada instante, resisten a los nuevos mecanismos de la disciplina. Pero, dicho esto, ¡qué extraña forma de combatir el neoliberalismo, haciéndonos entrar en su lógica!

Nada serio parece poder decirse del neoliberalismo sin mencionar la decadencia de todos los ideales burgueses en el siglo que nos precede, decadencia que afecta por igual al socialismo: de la competencia, tanto como de la lucha de clases que, en el albor del industrialismo, prometía grandes réditos en el futuro, apenas queda su función sacrificial, que pende como una espada de Damocles sobre los vagos, los inútiles y los inadaptados. El concilio interclasista de la democracia parlamentaria es sustituido por la tecnocracia y la obsesión por la educación de las masas. Nadie se plantea ya la cuestión del Estado, como a nadie seduce la noción burguesa del laissez-faire. Los grandes retos de nuestro tiempo parecen seguir moviéndose entre lo administrativo y lo financiero, ámbitos donde nadie decide nada, y acaso un atentado contra Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional, no sería otra cosa que un vestigio del ludismo.

Ya ni siquiera comprendemos que “sólo la libertad… crea la luz que permite ver y juzgar los vicios y virtudes de los hombres”, y que sólo de ella podemos obtener la fuerza necesaria para guiarnos en nuestro tránsito por el mundo compartido con los otros. Estas bellas palabras de Tocqueville nos resultan extrañas, acostumbrados como estamos a concebir la libertad como una licencia.  Y es que la prisión y el “gran encierro”, el sistema penal y el psiquiátrico, nos sirven más de analogía que de ejemplo; nos recuerdan que el esparcimiento también es un régimen bajo fianza.

1 comentario:

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