Autor. Peter Sloterdijk
Título. En el mundo interior del capital
Editorial. Siruela
Año. 2008 (1ª ed. 2005, en alemán)
Traducción. Isidoro Reguera
Nº de Páginas. 332 |
La obra, más allá de su
argumentación interna, puede ser leída como un conjunto de artículos en cada
uno de los cuales se señala un aspecto del largo proceso de globalización.
Cuando atendemos a su significado, lo primero que pensamos es en el ya
archiconocido fenómeno de deslocalización de empresas y en el proceso de
subsunción de todo ámbito local en un todo cada día mayor, como si este fuera
una enorme célula destinada a crecer fagocitando todo residuo de independencia.
Este es el concepto tal y como nos ha sido legado por la economía y las
ciencias sociales y, como puede verse, es heredero de la metáfora de la
sociedad como organismo vivo. Esta definición encierra una parte de verdad,
aunque a la vez oculta lo que es más significativo del proceso en cuestión, esto es, que
la inclusión forzada en un Globo cada vez mayor es, a su vez, el proceso de
producción de microglobos. La Tierra,
el gran globo que todo lo incluye, pasa a convertirse en estrella errante desde
el momento en que se vuelve ambigua su posición en un universo compuesto por
esferas. Al perder el cielo que constituye su centro de anclaje, comienza a
flotar sin dirección por los espacios infinitos. Nada lo explica mejor que el
cambio de esfera central a globo terráqueo. En un orden de esferas lo que prima
es la jerarquía, mientras que en un espacio lleno de globos que, por definición,
flotan, lo importante es la relación, que es siempre relativa. En su expansión,
este sistema hace proliferar enclaves situados en una red de puntos, y el
globo, por tanto, tiende a la disolución y a convertirse en un conjunto de espumas; “el principio de todo es lo
ilimitado”. Pueden rastrearse tres momentos en la implantación del mundo como
sistema: a la conquista de la tierra le siguen las expediciones marítimas. A
esta última, la conquista de los cielos. Acudiendo a la historia económica
diríamos: de la acuñación de moneda a la liquidez bancaria, y de esta, a la
preeminencia del capital flotante, el mundo de las finanzas.
A diferencia de lo que pudiera
pensarse, la filosofía moderna, más allá de la analítica de la subjetividad,
tuvo poca o ninguna influencia en este proceso, por cuanto no fueron filósofos
quienes se lanzaron a los viajes por mares interminables y tierras desconocidas.
Habría que esperar al siglo XIX para que comenzaran a entreverse las
consecuencias que esto posee para la más excelsa de las ciencias. Como
legítimos herederos de las tentativas que llevaron a cabo autores de las Luces
como Diderot o el Barón d’Holbach, numerosos hombres de letras empezaron a
sacar partido de la pérdida de toda trascendencia. Comprendieron que el
espíritu de los hombres modernos estaba marcado por el delirio, pues delirantes
eran las empresas a las que se lanzaban. La obsesión por el experimento,
la misma en la ciencia, las drogas o el sexo, es manifestación del culto a la
temeridad. La infidelidad a cualquier principio estable que sirviera de guía para la acción se justificaba en la idea de una conspiración del exterior contra sus deseos inconfesados. Antes que de represión, habría que hablar
de autodesinhibición. El carnero de oro cuya efigie coronaba
la proa de los grandes buques del siglo XVI se llamaba riesgo, en honor al nuevo motor del mundo. Es por su influencia
que los hombres han aprendido a anticipar el futuro: a mayores riesgos mayor
beneficio, a menor credibilidad más interés. Muy tardíamente se elaborarán la
filosofía del crimen y la “estética de la fealdad” adecuadas a los tiempos; ha
sido necesaria la grandilocuencia de Hegel para ver que el mundo actual era un
mundo de residuos.
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