Didaskalia: Filosofía de la Globalización (1)

viernes, 9 de agosto de 2013

Filosofía de la Globalización (1)

Autor.  Peter Sloterdijk
Título.  En el mundo interior del capital
Editorial.  Siruela
Año.  2008 (1ª ed. 2005, en alemán)
Traducción. Isidoro Reguera
Nº de Páginas. 332

No parece que necesitemos de expertos que nos hablen de la creciente complejidad del mundo moderno para ser conscientes del momento de perplejidad que atravesamos. Es habitual de toda posición más o menos decidida encontrarse con la réplica, tan usual como aburrida, de “esa será tu forma de pensar”. Por su crudeza, este enunciado revela que el origen de la fuerza de todo perspectivismo descansa en una reserva mental. Es por ello que la elección entre el perspectivismo y la filosofía de la historia es una cuestión de valentía. Se puede analizar un aspecto del mundo moderno dejando premeditadamente un vacío, o puede asumirse la difícil tarea de elaborar una teoría del presente. En los últimos dos siglos se han producido los grandes clásicos de este último género, desde las famosas Lecciones de Hegel hasta los tratados de Spengler o Karl Jaspers, y no vacilaría en apuntar a esta obra de Sloterdijk como uno de los más firmes candidatos a ingresar en el canon. El texto, a la vez que resume los resultados de la obra magna del autor, la trilogía Esferas, prolonga los análisis llevados a cabo en el segundo volumen, que lleva por subtítulo Globos. Es ya algo notorio el afán de Sloterdijk por los grandes relatos. En la entrevista que concedió para el espléndido documental de Alexander Kluge, titulado Noticias de la Antigüedad Ideológica y dedicado al proyecto de Eisenstein de filmar a su vez un documental sobre El Capital de Marx, decía entender este último no tanto como una obra científica que como un relato mitológico comparable a las Metamorfosis de Ovidio. De hecho, la idea de un mundo interior del capital tiene su origen en un conocido capítulo de esta obra de Marx, titulado “El carácter fetichista de la mercancía y su secreto”, donde se hacía de la mercancía el signo a partir del cual era posible desentrañar la lógica de la sociedad capitalista. Es cierto que la problemática no era especialmente nueva, (recuérdense los versos de Quevedo “¿Quién hace de piedras pan / sin ser el Dios verdadero? / El dinero”), pero nunca antes se había llegado a dotar de tamaña profundidad al vil metal. El momento álgido de la obra ahonda en esta idea: hay un paralelismo entre las ideas progresistas de Adam Smith y las grandes elegías del Rilke. Quien dice mercado mundial no habla de un mundo cada vez más abierto, sino de grandes interiores flotando en el infinito.

La obra, más allá de su argumentación interna, puede ser leída como un conjunto de artículos en cada uno de los cuales se señala un aspecto del largo proceso de globalización. Cuando atendemos a su significado, lo primero que pensamos es en el ya archiconocido fenómeno de deslocalización de empresas y en el proceso de subsunción de todo ámbito local en un todo cada día mayor, como si este fuera una enorme célula destinada a crecer fagocitando todo residuo de independencia. Este es el concepto tal y como nos ha sido legado por la economía y las ciencias sociales y, como puede verse, es heredero de la metáfora de la sociedad como organismo vivo. Esta definición encierra una parte de verdad, aunque a la vez oculta lo que es más significativo del proceso en cuestión, esto es, que la inclusión forzada en un Globo cada vez mayor es, a su vez, el proceso de producción de microglobos. La Tierra, el gran globo que todo lo incluye, pasa a convertirse en estrella errante desde el momento en que se vuelve ambigua su posición en un universo compuesto por esferas. Al perder el cielo que constituye su centro de anclaje, comienza a flotar sin dirección por los espacios infinitos. Nada lo explica mejor que el cambio de esfera central a globo terráqueo. En un orden de esferas lo que prima es la jerarquía, mientras que en un espacio lleno de globos que, por definición, flotan, lo importante es la relación, que es siempre relativa. En su expansión, este sistema hace proliferar enclaves situados en una red de puntos, y el globo, por tanto, tiende a la disolución y a convertirse en un conjunto de espumas; “el principio de todo es lo ilimitado”. Pueden rastrearse tres momentos en la implantación del mundo como sistema: a la conquista de la tierra le siguen las expediciones marítimas. A esta última, la conquista de los cielos. Acudiendo a la historia económica diríamos: de la acuñación de moneda a la liquidez bancaria, y de esta, a la preeminencia del capital flotante, el mundo de las finanzas.

A diferencia de lo que pudiera pensarse, la filosofía moderna, más allá de la analítica de la subjetividad, tuvo poca o ninguna influencia en este proceso, por cuanto no fueron filósofos quienes se lanzaron a los viajes por mares interminables y tierras desconocidas. Habría que esperar al siglo XIX para que comenzaran a entreverse las consecuencias que esto posee para la más excelsa de las ciencias. Como legítimos herederos de las tentativas que llevaron a cabo autores de las Luces como Diderot o el Barón d’Holbach, numerosos hombres de letras empezaron a sacar partido de la pérdida de toda trascendencia. Comprendieron que el espíritu de los hombres modernos estaba marcado por el delirio, pues delirantes eran las empresas a las que se lanzaban. La obsesión por el experimento, la misma en la ciencia, las drogas o el sexo, es manifestación del culto a la temeridad. La infidelidad a cualquier principio estable que sirviera de guía para la acción se justificaba en la idea de una conspiración del exterior contra sus deseos inconfesados. Antes que de represión, habría que hablar de autodesinhibición. El carnero de oro cuya efigie coronaba la proa de los grandes buques del siglo XVI se llamaba riesgo, en honor al nuevo motor del mundo. Es por su influencia que los hombres han aprendido a anticipar el futuro: a mayores riesgos mayor beneficio, a menor credibilidad más interés. Muy tardíamente se elaborarán la filosofía del crimen y la “estética de la fealdad” adecuadas a los tiempos; ha sido necesaria la grandilocuencia de Hegel para ver que el mundo actual era un mundo de residuos. 

1 comentario:

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