Didaskalia: La justificación de nuestra existencia(2): capitalismo-socialismo

lunes, 10 de marzo de 2014

La justificación de nuestra existencia(2): capitalismo-socialismo

George Bernard Shaw, el que fuera premio Nobel de literatura del año 1925, pronunció en vísperas de la Segunda Guerra Mundial estas inquietantes palabras:
Autor. George Bernard Shaw
Título. Manual de socialismo y capitalismo
para mujeres inteligentes.

Editorial. RBA
Año. 2013 (1ª ed. 1928, en inglés)
Nº de páginas. 752

“Deben de conocer al menos a media docena de personas que no son de ninguna utilidad para este mundo, que son más problemáticos que útiles. Vayan y díganles: Señor o señora, ¿serían tan amables de justificar su existencia? Si no pueden justificar su existencia, si no cumplen con su parte, si no producen tanto como consumen o a ser posible más, entonces está claro que no podemos utilizar nuestra sociedad para mantenerlos vivos, porque su vida no nos beneficia y no puede serle de mucha utilidad a ellos tampoco”

Este tipo de frases, sin duda típicas del autor, son utilizadas innumerables veces con propósitos más ideológicos de lo que realmente son en sí mismas. La primera herencia, directa, que logro rastrear, se encuentra en las ideas de Herbert Spencer, un sociólogo inglés perteneciente a una corriente de pensamiento en boga a comienzos de siglo, que actualmente llamamos Darwinismo social. Pero a la luz de la obra de Shaw, se comprende que Spencer, si es que acaso fuera algo para él, sería sin duda un antagonista. Los textos de Spencer son grandes apologías del libre comercio que, al ser mediadas por la reflexión social, acaban por desembocar en un mecanismo sacrificial: aquellos que triunfan han de ser glorificados, los miserables que perezcan quizá no merezcan siquiera de ser enterrados. El capital no es más que aquello que nos muestra quiénes son los aptos y quiénes lo inútiles. El ateísmo liberal presta sus oídos a las palabras de Cristo añadiéndoles un acompañamiento de bombos y platillos: “al que todo lo tiene se le dará; mas al que no tiene, aún lo que tiene se le quitará”. 

Y es que en cuanto comienzan a justificarse, los epígonos de la alta burguesía hacen sonrojar. En sus palabras escuchamos apologías del libre comercio y de la acumulación siempre nuevamente ampliada del capital; pero en cuanto tratan de dar razones de su existencia acuden, como cortesanos que se hubieran equivocado de época histórica, a la riqueza suntuaria. El burgués mantiene esta forma anacrónica de relación social porque con ella cree disfrazar sus ansias de rapacidad, las cuales constituyen el único ideal que lo liga al mundo: el dinero como único indicio de la realidad. No comprende que aún en sus falsas apariencias sólo es capaz de levantar sospechas, mas nunca devoción.

El socialismo, ese prematuro movimiento que se desarrolla en paralelo a su no menos eterno rival, dio antes que este con el gran engranaje del pensamiento moderno, y que Bernard Shaw expresa de forma descarnada: la sociedad es la medida de lo humano, y ningún hombre posee dignidad alguna al margen de este organismo. Una vez asentado este principio, a nadie deberían escandalizar frases como la que inicia esta reseña. Pues si bien están escritas en un tono claramente satírico (en esto Shaw, nacido en Irlanda, nunca dejó de ser un inglés), no por ello dejan de enunciar una verdad inscrita desde hace siglos en nuestro cerebro. 

Este libro de Bernard Shaw, que difícilmente podría haberse publicado en un momento más propicio, tiene la virtud de estar escrito desde el sentido común (de ahí que esté dedicado a las “mujeres inteligentes”), aunque es dudoso si basta con este para superar el casi infinito cúmulo de supersticiones que alimentan y sostienen la doctrina económica. Sin duda que, por ejemplo, la meritocracia, es más un cliché que sirve para ocultar el poder establecido que una realidad, pero esto sólo quiere decir que es un efecto de superficie o, por decirlo metafóricamente, la punta del iceberg. Como buen socialista, Shaw invierte los términos del problema: La meritocracia es la mentira del capitalista, pero dice la verdad de los trabajadores. La primera parte de este enunciado [la formulación es mía] implica, una vez más, confundir al capitalista con un noble, cuya único mérito se sitúa en la sangre heredada. Pero, ¿acaso la única crítica que puede hacerse al capitalismo es la de haber mantenido un feudalismo encubierto? Si es así, no sólo Marx estaría equivocado, sino que el socialismo se resolvería en el hecho de sustituir unos viejos amos por otros nuevos (eso sí, mucho mejor preparados). Para resolver la cuestión hemos de prestar oídos a la segunda parte del enunciado, según la cual el mérito corresponde a los trabajadores, esto es, no a los hombres que trabajan por ser hombres sino justamente por trabajar, por su esfuerzo o, dicho más llanamente, por su dolor, su sufrimiento, por aquello que les resta tiempo de ocio y disfrute. En este punto nos separamos del mundo de los capitalistas y descendemos a los infiernos de la fábrica y la minería. Los socialistas, situados en una especie de interregno (la mayoría de sus intelectuales pertenecen a la clase media), otorgan a la explotación de los trabajadores un valor moral. Con ella construyen las baldosas de su ascenso social y del paraíso futuro. El socialismo como ideología, por mucho que se niegue, obtiene su estrategia del viejo cristianismo. El propio Shaw lo ve con nitidez: “el comunismo, que es la forma laica del catolicismo, y de hecho significa lo mismo, nunca ha carecido de capellanes” (1).

Pero si la esperanza brota del sufrimiento, la cuestión, personalmente, se me presenta clara. No tengo nada más que añadir a este respecto salvo una de las más simpáticas citas de la obra:

“Tenemos que confesarlo: la humanidad capitalista en general es detestable… tanto los ricos como los pobres son detestables de por sí. Por mi parte, detesto a los pobres y espero con ansiedad su exterminación. Los ricos me dan un poco de lástima, pero también me inclino por su exterminio. Las clases obreras, las clases de hombres de negocios, las clases profesionales, las clases dirigentes, son a cuál más odiosa: no tienen derecho a vivir. Me desesperaría si no supiera que un día morirán y que no hay necesidad de que sean reemplazadas por personas como ellas” (2).


Notas:

(1) Bernard Shaw, G., Manual de Capitalismo y Socialismo para mujeres inteligentes, Barcelona, RBA, 2012, p. 314.

(2) Íbid. p. 706.

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