Didaskalia: diciembre 2013

martes, 31 de diciembre de 2013

Cincuenta sombras de Blake (2). La imagen de la justicia divina

“La letra mata, mas el Espíritu vivifica”. Pablo de Tarso, Segunda Epístola a los Corintios.

Autor. Kathleen Raine
Título. Ocho ensayos sobre William
Blake
Editorial. Atalanta
Año. 2013
Nº de páginas. 270
Traductora. Carla Carmona
Es conocida la aversión de Platón por las artes visuales, y quizá sea importante traer sus palabras a colación para el tema que nos ocupa:

“El arte mimético está sin duda lejos de la verdad, según parece; y por eso produce todas las cosas pero toca apenas un poco de cada una, y este poco es una imagen. Por ejemplo, el pintor retratará a un zapatero, a un carpintero y a todos los demás artesanos, aunque no tenga ninguna experiencia en estas artes. No obstante, si es un buen pintor, al retratar a un carpintero y mostrar su cuadro de lejos, engañará a niños y hombres insensatos, haciéndoles creer que es un carpintero de verdad” (1).

El motivo por el que extraigo esta cita es porque Blake es, de algún modo, un platónico, al menos en cuanto a la importancia de la idea en todas sus pinturas. Creo que es imposible entender a Blake sin hacer mención a su pintura y a la imperiosa necesidad con la que esta aparece entre sus versos. Es igualmente imposible decir qué fue primero en él, si la palabra o la imagen. Tan sólo unos pocos de sus poemas no contaron con esas famosas ilustraciones que los inundan. En la biografía que le dedicó Chesterton se hace mención al que fue su mayor influencia artística, el escultor John Flaxman, cuyos grabados para la Odisea parecen originales de la época del esplendor helénico. Nada hay más característico de estos que la ausencia de perspectiva y el culto a la línea fija (no perdamos de vista la mención que hacía Platón a la perspectiva como engaño). Su sentido se nos hará más nítido si acudimos a las ilustraciones que realizó Blake para el Libro de Job, del cual surge la fatídica corriente de la teodicea que recorre nuestro tiempo.

Estas ilustraciones se incluyen en esta obra imprescindible de Kathleen Raine, quizá la mayor especialista en la obra de William Blake que ha habido hasta la fecha. El ensayo en el que se incluyen consiste en una reflexión acerca del papel del sufrimiento en el gran poeta. Aunque no desmerece elogios por su interés, creo que discrepo de algunos puntos que la llevan a un callejón sin salida. La historia del Libro de Job ya no es tan conocida como antaño, por lo que no creo que sea redundante hacer un breve resumen. El relato comienza con una especie de apuesta en la que Satán insta a Dios a que le autorice a provocar grandes sufrimientos al mejor de sus siervos, bajo el pretexto de mostrarle como hasta el más fiel puede apartarse de la senda del Señor en cuanto cambie su suerte en el mundo. Tras agotar sus cosechas, acabar con la vida de sus hijos y esparcir la enfermedad por la región, Job increpa a Dios por llevarle un sufrimiento que no merece, dado su profundo amor y fe en el creador (estas súplicas de Job son tan profundamente amargas y están tan bellamente escritas que me resisto a citarlas en una reseña tan simple como esta). Tres amigos de Job se dirigen a él y le dan la explicación que tanto ha marcado el destino de este texto: su dolor sólo puede provenir de una antigua falta, aunque sea desconocida. El sentido de la justicia divina es la compensación; intercambia males por bienes y bienes por infortunios. Finalmente, Job acabará redimido y doblemente recompensado por su fidelidad.

"Odiseo sirviendo a Polifemo"
John Flaxman
El lector moderno que conoce el Antiguo Testamento suele situarse inmediatamente del lado de los hombres, que a primera vista se asemejan a figuritas de un juego para la diversión del Creador. William Blake, a quien nadie pondría en duda su hondo humanitarismo, se pone del lado de Dios, y ve en Job a un ser que hace mucho que ha abandonado la auténtica dicha de los mortales abrazando el mundo material y la tentación de Satán, la Individualidad. Los terribles sufrimientos de Job provienen de esta mentalidad. Su mundo estaba arrasado aún antes de que Dios lo pusiera de manifiesto, pues sin vida espiritual no hay ser que despliegue ni un atisbo de luz. Con la llegada de los tres amigos judíos de Job, la desgracia llega a su punto álgido: la razón le pide cuentas a la vida. Kathleen Raine objeta que quizá Blake es demasiado simplista al situar la felicidad en el alma del hombre, pero aquí la simpleza me parece que pertenece a la objeción. Sería absurdo considerar que Blake defiende una especie de ascetismo basado en el conocido mens sana in corpore sano. El poeta sabe muy bien de la contingencia del sufrimiento físico y es por ello que entiende que sólo la visión de “la Divina Humanidad” permite la paz en el mundo. Contra ella se alzan las Tablas de la Ley y la moral de los hombres: “en cada hombre nace un espectro o Satán, y necesita una nueva individualidad continuamente”. El tema de toda la poesía de Blake es la destrucción del mundo por obra del Yo humano que a cada instante se busca a sí mismo. En sentido estricto, sólo mira en perspectiva. Su ojo, ya poseído por su razón, vuelve ridícula toda belleza y todo lo discute, y aquello que toca con las manos se disuelve en un puñado de arena, pues no sabe de la Imaginación que crea y alumbra a todos los seres.

"Tres amigos dan a Job una explicación de
sus desgracias"
William Blake
Me cuesta mucho afirmar que en Blake haya propiamente una ontología, y es por eso que soy aún más reticente a su clasificación como “poeta simbolista”. Ningún simbolista podría haber llegado a tener esa sorprendente cercanía que se refleja en sus poemas. El misticismo encuentra su fuerza en la suplantación del mundo real por un mundo de imágenes arquetípicas de las que el hombre puede servirse para guiarse en su trato con las cosas. Su restricción reside precisamente en eso. Al elaborar tan intrincado dispensario de símbolos incrustado a su vez en una teología muy desarrollada, su acceso queda limitado a una minoría. Entiendo que actualmente Blake aparezca como un místico, ya que hace mucho que hemos perdido la conciencia de la tradición que daba vida a sus palabras, pero en su época las cosas se presentaron de muy distinta manera. Blake, junto con John Bunyan, que escribió el ese gran relato alegórico titulado El progreso del peregrino, fueron influencias incuestionables de las revueltas populares de finales del dieciocho así como del pensamiento que conformaría las primeras asociaciones de trabajadores (2). Como es natural, estos hombres acudían a su tradición cada vez que querían defender una posición política. La Biblia no era simplemente una herramienta de combate, que es como ahora entendemos el mundo de la cultura, sino que era el Libro de los libros, que iluminaba el futuro del hombre desde un pasado remoto. Así, cuando sus semejantes leían la historia del gigante Albión, sabían que se refería a la tierra que ellos habitaban; antaño alto y deslumbrante, y finalmente desmembrado como la Inglaterra decimonónica. La exaltación de la Imaginación es la vuelta al mundo de las apariencias, pues el pensamiento opera con imágenes. Sólo un racionalista diría que hay en ello un misticismo, pues es el primer interesado en dejar clara su distancia con todo aquello que no se pliega a la matemática.

A la luz de sus poemas, estoy seguro de que Blake conoció la obra de John Donne, otro poeta inglés que escribió esto dos siglos atrás:

“Y una nueva filosofía pone todo en duda, el elemento fuego está bien extinguido; perdidos están sol y tierra; ningún ingenio humano puede dirigir al hombre hacia dónde encontrarlos. Todo está hecho pedazos, toda coherencia perdida, toda justa distribución, o relación debida” (3)


Notas:

(1) Platón, La República, Libro X, 598 b-c [utilizo la traducción de la editorial Gredos]

(2) Para profundizar en este tema puede verse el primer volumen de la obra La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra, del historiador inglés Edward P. Thompson, que ha sido reeditada hace escasos meses por la editorial Capitán Swing.

(3) El poema se titula “Una Anatomía del mundo: Primer Aniversario”.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Cincuenta sombras de Blake (1)

Autor. G. K. Chesterton 
Título. William Blake 
Editorial. Espuela de Plata 
Año. 2010 (1ª ed. 1910, en inglés) 
Nº de páginas. 246
Traductora. Victoria León
Casi ha pasado un siglo desde que las obras de Chesterton comenzaran a ser editadas en nuestro país. Actualmente contamos con la práctica totalidad de sus escritos traducidos a nuestro idioma. Sus novelas y ensayos son objeto de una enorme atención por parte de todo tipo de lectores. Aún así, no hemos de titubear a la hora de señalar lo evidente: Chesterton era un escritor conservador. Pero lo era en un momento en que este adjetivo todavía tenía algún sentido. No creo que se sorprendiese al comprobar cómo los que hoy se autodenominan conservadores predican la desacralización de todas las fiestas. Pero como ya hizo en vida, volvería a poner el grito en el cielo para que llegara hasta la Santa Sede, tan disponible a la hora de meterse en polémicas partidistas como diletante cuando debe defender su propia tradición. ¿Hará falta recordar que la escolástica medieval concibió el trabajo como una actividad que, abandonada a sí misma, sólo produce el embotamiento del espíritu? Los mejores escritores católicos del siglo veinte saben de la cuerda que ata al cristianismo con la revolución, que no puede ser otra que las costumbres humanas, capaces de preservar la justicia aun cuando las leyes están corrompidas. En la Grecia clásica no había mayor institución política que la tragedia. Su declive coincide con la decadencia de Atenas, del mismo modo que, como bien lo entiende Chesterton, la desaparición de la taberna es el fin de la tradición política inglesa.

Pero de entre todos los géneros literarios que cultivó Chesterton, hay uno que quizá no haya sido tan reconocido. Me refiero a la biografía intelectual. Como sucede con sus novelas, estas biografías pueden ser leídas de forma paralela a sus ensayos. Sin duda la más conocida es la dedicada a Dickens, que ha llegado a convertirse en una obra de referencia en los estudios sobre el autor. También escribió las biografías de Geoffrey Chaucer, de Bernard Shaw (ambas publicadas en esta misma editorial), al que conoció personalmente, o de William Blake, uno de los poetas ingleses (¿o habría que decir irlandés?) más grandes de todos los tiempos, y quizá el más original de cuantos ha habido. A pesar de su enorme conocimiento del neoplatonismo y de místicos como Jacob Böhme o Swedenborg (1), Blake encontró el sustento de su poesía en las tradiciones populares, y por ello, fue un lector versado en el texto bíblico. Chesterton acierta al señalar como principal característica del misticismo la obsesión por los principios, o como se dice en lenguaje moderno, por los arquetipos. Aún así, a menudo confundimos el misticismo con aquello que es más propio de la poesía y, por ende, del lenguaje humano, esto es, el uso de metáforas, lo cual puede llevar a error en un caso como este. Lo habitual para nosotros es que veamos en el poeta a un embajador del mundo divino, pero mucho más difícil es que sea su estandarte y que vaya por el mundo con la imagen de los dioses inscrita entre sus versos. Para eso haría falta que este hubiera contemplado a los espíritus del otro mundo o que hubiera entablado conversaciones con el profeta Ezequiel o el mismísimo demonio: esto fue precisamente lo que hizo William Blake.

La interrogación sobre si era un loco parte de este hecho, a lo que se une la oscuridad de sus versos en los Libros Proféticos. Aunque Chesterton le dedica un original comentario, no creo que en un momento como el presente, donde ser un chiflado es un inestimable mérito para ser escuchado, merezca que le prestemos mayor atención. La cuestión es que Blake plasmó en sus versos e imágenes estrictamente lo que veía, y nosotros hemos de interpretar su obra teniéndolo presente. Aún así, esta interpretación la dejaremos para más adelante, pues de esta biografía puede decirse que hay más Chesterton que Blake, más del sujeto que lo escribe que del objeto sobre el cual investiga. Es en este escrito donde he encontrado la única presentación sistemática del pensamiento de Chesterton, resumida en la idea de que “cada uno de los hombres de nuestro tiempo es a la vez tres hombres”.

La historia no pasa en balde, y los éxitos y fracasos de las grandes revoluciones que tienen lugar en el mundo moderno pueden entenderse a la luz de esta clasificación. El hombre que determina el motivo del alzamiento es heredero de Roma; en su indignación por la forma política y la corrupción de las costumbres se asemeja a Cicerón. Las dos palabras que mejor reflejan su ideario político son la igualdad y la justicia, “su virtud más querida era el espíritu cívico; su más querida falta, el asesinato político”. La revolución, tal y como lo muestra la llamada Revolución Gloriosa en la Inglaterra del siglo XVII, no puede entenderse sin su momento más importante, la Restauración, que devuelve al pueblo la gloria de su origen. Tras la decadencia de Roma, su ideal sólo pudo sostenerse con el Cristianismo, que hizo nacer un nuevo sentimiento que es el núcleo sobre el que gira la Revolución Francesa: la compasión. Y es que el espectáculo de la pobreza fue también motivo de numerosos conflictos religiosos en la era moderna, como nos recuerdan los casos de Tomás Moro en Inglaterra y de Thomas Müntzer en Alemania, ambos decapitados. El humanitarismo sencillamente no habría existido sin la filosofía cristiana, que arrancó la dignidad del cuerpo político y la depositó sobre la persona. Esta idea de la  sacralidad de la vida es tan importante para William Blake, que no dudó en extenderla a las demás criaturas que pueblan el mundo: “aquel que atormente al duende del escarabajo / construye su morada en la noche sin fin”. Pero estos dos hombres ocultan a un tercero que vive en la sombra, y al que Chesterton denomina como “el hombre de los bosques”, cuya aparición se remonta a los orígenes de la humanidad y que surgía con toda su fuerza en las fiestas a Dionisos. Su tradición pagana se mantuvo a raya hasta la era decimonónica, momento en que la religión comienza su gran declive y los dogmas cristianos se dilatan. El materialismo es su más digno descendiente. La negación de la libertad humana y el culto a la muerte determinarán nuestro presente científico. Con él, y sólo con él, amanece la era de Urizen (2).



Notas:

(1) El teólogo sueco Emanuel Swedenborg no es muy conocido en nuestro país. Puede que al lector le suene una obra de juventud de Kant titulada Los sueños de un visionario, seguido de Sueños de la metafísica. Pues bien, el origen de este pequeño texto es precisamente una polémica con Swedenborg.

(2) La referencia al racionalismo es explícita: la pronunciación de Urizen en inglés remite, por homofonía, a “your-reason”

jueves, 12 de diciembre de 2013

Marx, el moderno Prometeo

Autor. David Leopold
Título. El joven Karl Marx
Editorial. Akal
Año. 2012
Nº de páginas. 336
Traductor. Jaime Blasco Castiñeyra
Los primeros textos de todo gran escritor son siempre un lugar de disputa. La posición que se tome respecto a su importancia determina el carácter del especialista. A diferencia de las grandes obras, que suelen ser publicadas en vida del autor, los textos de juventud a veces tardan más de un siglo en llegar al público. Ahí están los casos de Proust o de James Joyce; tras su muerte aparecieron dos novelas que, mirando en perspectiva, anticipaban sus dos grandes obras. Del primero, Jean Santeuil, y Stephen, el héroe, del segundo. Por supuesto, la aparición de estas obras no resta importancia alguna a sus más que dignas sucesoras (tan dignas que superan con creces la importancia de los experimentos anteriores). Es posible que sea debido a que son novelistas y no filósofos, y por tanto la polémica queda enmarcada en la crítica literaria. En cualquier caso, para el tema que nos ocupa, sucedió justamente lo contrario. Bastó que los escritos del joven Marx llegaran a una Europa sumida en su segunda guerra de devastación, para que un sector de la izquierda encontrara la posibilidad de conciliar el hecho de ser marxista con la oposición al régimen político de la Unión Soviética. Frente a esa nueva deidad que no dejaba de exigir sacrificios por la futura sociedad comunista, algunos hombres volvieron su mirada al Marx que fue traicionado: el filósofo de la praxis, el gran crítico de la alienación. Pues era precisamente la acción la que había sido sepultada bajo la enorme maraña de las fórmulas económicas y del culto a la personalidad. Es probablemente la única categoría estrictamente política del pensamiento de Marx. Cuando salta la chispa y los hombres salen a las calles en desbandada, la historia se queda a las puertas, y la tan manida conciencia de la clase se convierte en un asunto del pasado; los proletarios se sitúan a ambos lados de la barricada. En este sentido, es sencillo ver el hilo que va de los escritos de juventud a los escritos históricos como el 18 Brumario de Luis Bonaparte. Aunque este parece sumergirse antes de llegar a El Capital, en el cual la historia, la filosofía y las artes son reducidas a categorías económicas. En cierto modo con razón, ya que para nuestra mentalidad éstas no pueden ser sino fósiles. Recuerdos de una muy otra humanidad.

Nada de esta polémica se encuentra en el presente texto de David Leopold, que se limita a presentar las claves de algunos de los primeros escritos de Karl Marx. Su intención es lograr que estos textos hablen por sí mismos. Es una cuestión aparte si son o no relevantes a la hora de captar en un solo vistazo la obra completa de Marx. El núcleo del texto centra su atención en tres autores: Hegel, Bruno Bauer (representante de la izquierda hegeliana), y Ludwig Feuerbach. Los tres forman el mantillo que les sirvió de nutriente. Entre estos escritos están varios artículos de crítica social, algunos proyectos inacabados de crítica de la filosofía hegeliana y los conocidos manuscritos de París de 1844; textos magníficos, con frases absolutamente desconcertantes donde Marx se muestra más directo que en cualquiera de sus obras más conocidas. Por eso se han llegado a considerar un tanto oscuros. La obra de Leopold, escrita en un estilo llano y a la vez profusamente documentada, es fundamental para aquel que quiera adentrarse en ellos por primera vez.

"Marx como Prometeo"
Rheinische Zeitung, 1843
Pero aún sin haberse leído, llamará la atención de cualquiera la imagen del Marx prometéico que le sirve de portada. Esta se encuentra en la Gaceta Renana de 1843, y fue publicado con motivo de la censura impuesta por el monarca Federico Guillermo IV. En ella se muestra a un joven Marx atado a una imprenta por una cadena que desciende del trono de Prusia, mientras el águila coronada, que porta en sus garras el orbe del Sacro Imperio romano-germánico, desgarra la piel hasta llegar al corazón. Obviando el hecho de que la imprenta se encuentra completamente inutilizada, la pintura se muestra enormemente profética. Unas bellas ninfas a los pies del Marx-Prometeo suplican clemencia al ave rapaz, pero el objeto del ruego se muestra ambiguo. En la representación clásica, la intención de unas suplicantes se dirigiría sin duda a la liberación de aquel Titán amigo de los hombres, pero en este caso no sabemos si se dirige a la imprenta o al autor de los escritos, ¿acaso vale más la libertad de prensa que una vida humana? De cualquier forma, la sentencia jamás fue conmutada. Marx se exilió a Francia y, como es sabido, siguió escribiendo a un ritmo cada vez más desenfrenado. Quizá fuera entonces que el cuadro se hizo real. Marx sufrió la condena de no poder dejar de escribir hasta haber dado con el oscuro secreto de la sociedad capitalista, que de paso acabó por conquistar su propia escritura. Terminó revelando más verdad en sus omisiones que en las miles de páginas que pueblan su obra.